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Uno de los recuerdos más claros que tengo de mi niñez es el de los días 1 de septiembre. En México, ese es el día del Informe de Gobierno. De acuerdo con la Constitución, ese día el presidente de la República tiene que entregar al Congreso –la instancia que representa al pueblo- un informe de las actividades realizadas durante el año anterior. En el documento, que usualmente tiene entre 500 y mil páginas, se desglosa la actividad gubernamental por dependencia o secretaría: gobernación, salud, educación, hacienda, seguridad pública, etcétera. Durante algunas semanas los diputados revisan el mamotreto, y a partir de ahí empieza la etapa que se conoce como la glosa, en la cual comparecen los titulares de las dependencias mencionadas para ser interrogados por los legisladores o para puntualizar asuntos que no hayan quedado claros en el documento.

Pues bueno, yo recuerdo con claridad esos informes de gobierno. La razón es que durante muchos años el 1 de septiembre fue un día de asueto oficial. La gente no iba a trabajar, los niños no iban a las escuelas, los negocios cerraban y todo el mundo se quedaba en su casa para ver en cadena nacional la fiesta del presidente. Las cámaras de televisión esperaban al mandatario al salir de la residencia oficial de Los Pinos. En un auto a veces descapotable, el presidente atravesaba algunas de las principales avenidas de la ciudad entre "vivas" y "hurras". De ahí, llegaba al Palacio Nacional, en donde se colocaba la banda presidencial, y se dirigía junto con los integrantes de su gabinete al Palacio Legislativo.

Una sala llena de legisladores, la mayoría del PRI, el partido oficial que gobernó durante 71 años, aplaudía mientras el mandatario llegaba a la tribuna para leer una versión "breve" del documento a entregar. La versión breve duraba entre dos y cuatro horas, y los mexicanos desde sus casas escuchaban con atención. Recuerdo a mi familia sentada alrededor del televisor, mi madre, mi abuela, todos muy atentos. Recuerdo al presidente José López Portillo anunciando la nacionalización de la banca; también al presidente Miguel de la Madrid, muy derechito, y a mi mamá diciendo que eso era porque llevaba un chaleco antibalas.

Este ritual, sin embargo, cambió de manera radical durante los últimos 20 años. Con la llegada de un mayor número de integrantes de la oposición a las posiciones legislativas, el apoyo unánime al presidente se fue reduciendo hasta que, un buen día, un diputado opositor, Porfirio Muñoz Ledo, lanzó cuestionamientos a gritos al entonces presidente Miguel de la Madrid en su último informe de gobierno.

A De la Madrid siguió Carlos Salinas de Gortari, y a partir de entonces no hubo un informe durante el cual no hubiera interpelación. Para matizar esta situación, en 1994 se reformó la ley para permitir que no sólo el presidente hablara durante el evento, sino que también los legisladores tuvieran acceso a la tribuna para expresar sus inquietudes.

Durante el siguiente gobierno, el de Ernesto Zedillo, se optó por cambiar las formas completamente: el discurso se limitaría a una hora, se eliminaría la parte protocolaria del recorrido callejero, y el día del informe dejaría de ser feriado. Nuevos cambios vendrían con el siguiente presidente, Vicente Fox, quien durante su último año de gobierno, y tras la polémica elección de 2006 que dio como ganador a Felipe Calderón sobre Andrés Manuel López Obrador por una diferencia de 0.56% de los votos, decidió no hacer una presentación verbal del informe en la tribuna del Congreso y simplemente entregar el documento y salir por donde entró. La prensa le llamó a esta nueva forma de entregar el informe "entregas y te vas", en alusión al "comes y te vas" que el propio Fox le dirigió al presidente cubano Fidel Castro durante una reunión de mandatarios.

Así las cosas, y tras un accidentado ascenso al poder, durante el gobierno del presidente Felipe Calderón la ceremonia del informe presidencial ha sido reducida a casi nada. Ahora ya ni siquiera es el presidente quien hace entrega del documento, sino que envía a alguno de los integrantes del gabinete a dejarle a los diputados los dos tomos de datos y cifras. De aquella fiesta presidencial con bombo y platillo, hoy no queda más que la figura cuestionada de un presidente que por más que lo intenta, no ha podido convencer a sus gobernados de que su estrategia es la correcta. Y en esas andamos, cuando el presidente Calderón suelta la nueva: invita a los ciudadanos a preguntarle lo que quieran con motivo de su Quinto Informe Presidencial.

Siguiendo la línea de su antecesor inmediato, el presidente Calderón evita hablar ante el Congreso, la instancia de legítima representación de sus gobernados; ahora se "brinca" esta representación y busca, sin intermediarios, "hablar" directamente con los ciudadanos. Entres las personas con las que he comentado esta iniciativa prevalece el escepticismo: creen que con preguntas hechas a la medida y respuestas afines a ellas, Calderón buscará crear la impresión de ser un presidente abierto, dispuesto a dar explicaciones; y yo no sé si haya quien crea en la honestidad de esta dinámica. ¿Qué respondería el presidente si alguien le preguntara por los 49 bebés muertos en el incendio de la Guardería ABC sin que haya ningún responsable detenido? ¿Cómo puede justificar las casi 50 mil muertes durante su gobierno, si las calles siguen llenas de narcomenudeo y los carteles se salen de control? ¿Con qué cara responderá a quienes le cuestionen sobre las argucias legales que permitieron que operara un casino en Monterrey sin permiso, para terminar baleado y quemado por sicarios? Yo pienso que estas son las preguntas que el ciudadano promedio le haría al presidente, y también creo que es difícil que él nos quiera responder. En cambio, nos hará creer que los mexicanos sonamos así:

Y usted, ¿qué le preguntaría al presidente?

Eileen Truax nació en la hermosa Ciudad de México. Es periodista y bloguera, pero sobre todo chilanga hasta el tuétano.

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