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Cuando Felipe Calderón pronunció su primer discurso en el auditorio nacional, advirtió que emprendería una guerra contra las organizaciones criminales, que para aquel entonces, comenzaban a desestabilizar el país. No hay la menor duda que fue una idea que sus más cercanos calibraron como viable y necesaria para legitimar lo que sería su gobierno marcado por la sospecha.

Así comenzó la guerra.

No con un diagnóstico preciso y sustentado en un estudio profundo sobre la situación del crimen organizado, todo lo contrario, la guerra inútil inició con una decisión frívola que a la postre sirviera para revertir el encono originado en la campaña presidencial.

En aquel 2006, las agencias de inteligencia mexicana tenían documentada la presencia de ocho carteles de la mafia que operaban principalmente en el norte y occidente de México. La guerra apenas comenzaba. Hoy, luego de casi cinco años de aquel discurso que pronosticaba el derramamiento de sangre, las organizaciones criminales han incrementado a doce; es decir crecieron un cincuenta por ciento, cuatro bandas más de cuando inició el sexenio. Por ello, vale lanzar la interrogante: ¿qué ha combatido Calderón?

La captura de líderes criminales y sus respectivos sicarios no se ha traducido en una disminución de actos de violencia, de hecho es todo lo contrario, cincuenta mil personas muertas así lo documentan. Las formas de violencia son cada vez más sanguinarias y la cantidad de asesinatos crece de manera exponencial. Las luchas intestinas de las mafias de narcotraficantes pasan por alto la presencia de las policías y fuerzas armadas y tienden los cimientos de nuevas estructuras del crimen. El trasiego de drogas ya no es el único negocio de las mafias, se han expandido al secuestro, extorsión, robo de autos, ajustes de cuentas, etcétera; actividades que dejan mucho dinero a los delincuentes. Dinero que debe ser blanqueado por el sistema financiero y al que no se le ha seguido la pista, porque cómo podríamos explicarnos que la revista Forbes pueda conocer el detalle de la fortuna de Joaquín Guzmán alias "El Chapo" y el gobierno federal no lo sepa y por ende no debilite sus redes financieras.

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Para que las mafias tengan el poder que hoy tienen, suponen una complicidad con las autoridades de todos los niveles. Uno de esos niveles es precisamente la protección desde el sistema financiero que abarca a los grandes bancos y por supuesto a los servicios de administración tributaria. El dinero no es fácil de blanquear, a menos que se cuente con la ayuda gubernamental que permita y pase por alto las actividades ilícitas. Sin embargo, hay que mencionar que las grandes empresas también son omisas ante estas irregularidades a cambio de beneficios que les reditúan enormes ganancias económicas. Otro nivel es la protección que desde la policía federal se les da a los narcotraficantes, en cualquier otro país, la simple sospecha de que el máximo mando de la policía tiene vínculos con los criminales, sería razón suficiente para cesarlo del cargo y someterlo a una investigación, pero en México eso no sucede, de hecho el ingeniero mecánico Genaro García Luna, secretario de seguridad pública federal, es intocable y pese a que su policía no funciona, Felipe Calderón lo mantiene como el gran ideólogo de la lucha contra el crimen organizado.

Lo ocurrido la semana pasada en la ciudad de Monterrey en el casino Royale, es apenas una muestra muscular de sólo una de las doce bandas que operan impunemente en este país. Esta vez, la muerte de 52 personas no fue una lucha intestina entre bandas criminales; fue un aviso a quienes no pagan el derecho de piso en aquella plaza que vive un literal Estado fallido. Sin embargo, la respuesta que se tiene es un discurso vacío por parte del ejecutivo federal que no soluciona absolutamente nada, al contrario, usa la tragedia para presionar a los legisladores a que se apresuren a resolver el dictamen en favor de la ley de seguridad nacional y toma a los muertos como el pretexto para responder con más violencia militarizando la zona.

La disposición de desplazar toda la fuerza del Estado hacia Nuevo León, permite que el resto de las bandas del crimen encuentren un descanso en su persecución, y por tanto, se les brinda tiempo suficiente para el reacomodo de sus filas. Porque dicho sea de paso, las redes criminales se están reconfigurando en un orden cada vez más horizontal y menos vertical, para que las bajas o capturas no dañen a su estructura.

Ante este crecimiento del crimen organizado, no se puede responder a ciencia cierta qué es lo que ha combatido el presidente Felipe Calderón en esto cinco años, simplemente porque no se sabe. La guerra iniciada aquel primero de diciembre de 2006, a la fecha nos ha costado a los mexicanos la cantidad aproximada de 255 mil millones de pesos (sin contar los 7 mil millones de pesos que la presidencia de la República ha gastado en sólo tres años para promover la imagen de su titular), dinero que ha servido para que prácticamente los carteles prosperen y se ramifiquen y cada día sea más difícil su captura.

En realidad, Felipe Calderón no ha combatido a nadie, sus enemigos operan con mayor eficacia entre más pasa el tiempo, los carteles criminales se robustecen y no hay una sola señal que indique su disolución. Por otro lado, las policías siguen sin capacitación, entrenamiento e igual o peor de infiltradas por parte de miembros del crimen, lo mismo que las fuerzas armadas que entre más permanecen en las calles son más susceptibles a ser infiltradas. Las iniciativas enviadas al Congreso de la unión, tienen la mala suerte del silencio cómplice de diputados y senadores. En resumen, no se ha combatido a absolutamente a nadie ni a nada. Mientras se siga pensando en resolver la violencia con más violencia, estaremos empantanados en todos los rubros.

En ese sentido es momento de combatir a la violencia con inteligencia, pero no con llamadas a la unidad que no señalan en torno a qué nos uniremos. El gobierno federal tiene el compromiso de cumplir y hacer cumplir la ley, no buscando ecos solidarios en los ciudadanos, sino siendo responsables de sus actos y enfrentando sus consecuencias. Así, en verdad estaremos en el camino de vivir mejor.

Notas al margen: Semanas antes de terminar su gestión, Vicente Fox decía a un entrevistador estadunidense que respondería con cualquier tontería al fin que ya iba de salida. Su dicho lo ha cumplido fielmente a la fecha, la semana anterior declaró que era hora de sentarse a negociar una tregua con los criminales y hasta brindarles una ley de amnistía, cosa que desde luego no hizo cuando pudo hacerlo. Estas declaraciones de Fox me hicieron recordar lo que José Fouché le dijo a Napoleón Bonaparte cuando este último se hizo pagar con la propina de un puesto de ministro del Rey: "fue una vileza y fue algo peor que un crimen: fue una estupidez". / Como se vaticinó, el peligro para México no fue Andrés Manuel López Obrador, pese que se azuzó a los ciudadanos mexicanos que con su llegada perderían sus casas, sus negocios y sus fortunas. Hoy la realidad dicta que los mexicanos han perdido a sus familiares, sus casas, sus fortunas y sus negocios, como consecuencia de una guerra que no arroja el mínimo resultado positivo y que cada día desarticula todo sentido de tejido social. El peligro para México resultó ser Felipe Calderón que inició su guerra por decisión propia y hoy llama a los ciudadanos mexicanos a que compartamos la responsabilidad. La respuesta a su llamado es: con México sí, con Calderón no.

Juan José Solis Delgado (Ciudad de México, 1973) Es licenciado en Comunicación Social por la Universidad Autónoma Metropolitana.

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